lunes, 2 de enero de 2012

Leyendo a Dostoievski. (Otra vez)

Los últimos compases del 2011 los he dedicado a Dostoievski (1821-1881). Hace tiempo que los escritores rusos de la época Zarista me vienen fascinando, y se me hace un acto de supervivencia volver a sus páginas cada tres o cuatro libros. Dostoievski es un maestro de la literatura psicológica, explora y desgrana las actitudes y los tormentos del ser humano como nadie.


La novela en la que me he sumergido esta vez ha sido Los Demonios, en la que critica toda clase de fanatismos. Dostoievski escribió Los Demonios entre los años 1871 y 1872 en la ciudad de Dresde, donde se escondía para escapar de los acreedores. El germen de la historia fue un crimen que se produjo en Moscú a finales de 1869 y que causó una honda impresión en el autor: Serguéi Necháiev, revolucionario y terrorista, anarquista y nihilista, fue el responsable del asesinato, a causa de sus diferencias ideológicas, de Ivanov, estudiante y compañero en la célula revolucionaria a la que ambos pertenecían.

El escritor ruso, que había sido anteriormente condenado a muerte por el zar debido a su participación pacífica en círculos de discusión social y política, encontró en este acontecimiento una buena forma de exponer sus propias reflexiones.

El protagonista de la obra es Nikolái Stavrogin, dotado de unos rasgos cercanos a los del héroe romántico, pero atormentado por inconfesables faltas. No obstante, la novela conjuga un amplio abanico de personajes que la enriquecen y la dotan de una intensa complejidad.

Al igual que los conspiradores ficticios, los intelectuales de la novela tenían sus modelos en la vida real. El modelo de Karma Zinov fue Ivan Turgenev, el gran novelista contemporáneo de Dostoievski, por quién éste llegó a sentir vivo aborrecimiento, casi odio. El aristócrata rico, sano, soltero, europeizado y ateo, residente en el extranjero, que escribía por pura afición, sin cuidarse de si sus libros se vendían o no, provocó la envidia y el resentimiento de un Dostoievski mal pagado, agobiado de deudas, forzado a emborronar páginas sin cuento para ganar lo indispensable con que mantener a su familia, y, para mayor desgracia, epiléptico y amante de la ruleta. Karma Zinov es una caricatura señuda que representa lo característico del modelo: talle, modales, atavío, modo de andar, pronunciación y, para colmo, hasta el estilo de Turgenev: el opúsculo Merci que Karma Zinov lee en la matinée literaria para despedirse de su público es una perversa y divertidísima, parodia de un ensayo de Turgenev titulado Assez. Turgenev se quejó con justa amargura del improcedente ataque.

A continuación, los apuntes más divertidos:

¿Acaso es posible captar la atención de un público como el nuestro durante una hora entera con un solo ensayo? En general, según mi experiencia, ni un supergenio puede con impunidad mantener viva la atención del público más de veinte minutos en un recital literario que no sea de mucho vuelo. Cierto es que la aparición del gran genio fue acogida con el mayor respeto. Ya he indicado más arriba que tenía una voz harto aguda y penetrante, un tanto femenil, y que, por añadidura, ceceaba afectadamente como un gentilhombre cortesano. No bien pronunció algunas palabras, alguien se permitió soltar una risotada; sin duda algún imbécil maleducado que no habría visto antes nada del gran mundo y que sería por añadidura guasón.(…) Pero el señor Karmazinov, con su voz amanerada y relamida, declaró que “en un principio no había consentido leer” (como si fuera necesario decir tal cosa). “Hay algunas frases que brotan tan directamente del corazón que no cabe decirlas en voz alta; así, pues una cosa tan sagrada no debe ser revelada en público” (entonces, ¿por qué revelarla?); pero como se lo han pedido, va a revelarla, y como, además, deja la pluma para siempre y jura que por nada del mundo volverá a escribir, ha escrito esta última pieza; y como había jurado que “de ninguna manera volvería a leer nada en público”, etc., etc., y así por el estilo.

¡Qué retahíla nos soltó! Dios mío, ¿qué no metería en ella? Imagínense ustedes casi treinta páginas impresas de la cháchara más vacua y relamida; y, por añadidura, este señor leía con una voz un tanto condescendiente y lastimera, como si estuviera haciéndonos un favor, lo que era casi un vejamen para el auditorio. El tema… ¿quién podría desentrañar ese tema suyo? Era algo así como un recuento de ciertas impresiones y reminiscencias. Pero ¿qué? ¿Y sobre qué? Verdad es que allí se hablaba mucho del amor, del amor del genio por una dama. Con su figura bajita y oronda, me parecía que al genial escritor no le iba muy bien hablar de su primer beso…No podía faltar en el cielo un matiz violáceo, que, por supuesto, ningún mortal había visto antes, o mejor dicho, que todos habían visto antes pero que no habían acertado a notar; pero que sepan ustedes que “yo sí lo he visto y se lo describo a ustedes, tontos de capirote, como la cosa más natural del mundo”. Y de buenas a primeras todo se esfuma, y el gran genio se va a ahogar… ¿Ustedes creen que se ahogó? ¡Ni por pienso!

“Pero alábenme, alábenme, que me gusta muchísimo. Lo de dejar la pluma no son más que palabrerías; esperen, que les voy a aburrir trescientas veces más, que se hartarán de leerme…”

Claro está que aquello no acabó bien; pero lo peor era que la culpa fue suya. Desde hacía rato la gente arrastraba los pies, se sonaba la nariz, tosía y hacía lo que se hace cuando el escritor, quienquiera que sea, retiene al público más de veinte minutos en una lectura. Pero el autor genial no se daba cuenta de ello. Seguía ceceando y balbuceando sin cuidarse el auditorio, hasta que todos empezaron a dar muestras de desasosiego.

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