lunes, 2 de diciembre de 2013

El último anticuario. Pascal Avit.

Una conversación con Pascal Avit, anticuario desde hace 25 años, es un sustito perfecto del Delorean. Pascal recorrió 76.000 kilómetros el año pasado, en busca de piezas únicas. Es un anticuario auténtico, de los de antes, “me niego a trabajar por Internet. Yo soy un cazador, encuentro placer buscando y encontrando”. Mas que un cazador, la primera impresión es la de estar ante un impecable dandy.

Acompañados por Pascal, viajamos hasta el norte de Francia, “un invierno tuve que dormir en el camión envuelto en papel de burbuja, para protegerme del frío”. Duerme en coche y camión mas de 20 veces al año. Pero asegura que le compensa, “mi privilegio es no tener jefe, no trabajo en esto por dinero”. ¿Dónde encuentra sus piezas? En mercadillos, subastas, casas particulares… no hay una norma ni un sitio fijo, “hay que ir en su busca.”

El cierre de casi todas las tiendas de antigüedades nos trasporta de nuevo al presente.  “las antigüedades son muy difíciles de encontrar, y la gente a veces lo entiende mal. No entiende que no dispongamos de un catálogo donde escoger, pero es que son piezas únicas, no hay catálogos. Y cada vez es más difícil encontrar género interesante, la mercancía está contada, las cosas antiguas desaparecen”. “Americanos, chinos, rusos… compran grandes cantidades de antigüedades, y el mercado se va agotando”. El régimen fiscal en España tampoco resulta favorable. Los anticuarios pagan un 21% de IVA. “En otros países, las antigüedades se consideran productos de segunda mano, y el impuesto es mucho mas reducido”.

Le apuntamos que resulta extraño que no intente aprovecharse de Internet para la búsqueda y la difusión de las piezas que encuentra, pero es tajante: “Internet supone una competencia desleal para nosotros. En la red no se paga nada, ni IRPF ni IVA, ni nada. Para un anticuario como yo es difícil ser competitivo en este marco. Creo que la calidad y el servicio de un anticuario es impagable. Si una cerradura de uno de mis muebles no funciona, mi cliente sabe que yo estoy aquí, que la arreglaré. La única forma de defenderse de esta competencia desleal es ofrecer un género muy especial, muy raro.”
¿Dentro de esa competencia del mercado de antigüedades están también los muebles de estética nórdica, mas asequibles? “Yo creo que no. Los muebles de estilo nórdico nunca han sido del interés de una gran parte de la población. En mi tienda se pueden encontrar cosas con mucha personalidad, y solo se necesitan tres o cuatro. De todas formas, el profesional que conoce su trabajo no tiene que temer a la competencia. De hecho, en Francia no hablamos de competencia, hablamos de compañeros. La competencia no me da miedo porque soy un profesional. Ofrezco un valor añadido, un valor manual de artesano.”
Retornamos el viaje en la India y Afganistán. Hace 30 años, en la Ruta de la Seda, compraba artilugios de barro. “El trabajo del barro me gusta mucho. En la Ruta de la Seda había gente que nos acusaba de expoliar. La realidad era que aquí, el plástico lo estaba sustituyendo todo, y los objetos de barro se destruían. La gente se deshacía de las tinajas de barro en España en aquella época.  En un viaje a Toro, me encontré con que las tinajas de barro estaban siendo guardadas para siempre, tapiadas detrás de una pared, Tuve que prometer a uno de los lugareños que a cambio de destruir el tapiado a martillazos y quedarme con las tinajas, le pagaría las tinajas y la instalación de una puerta nueva de aluminio.” 

“Los anticuarios hacemos que las cosas no desaparezcan, hay que sensibilizar a la gente. Nunca hay que hablar solo de dinero, también está ahí el valor documental, el estético… no solamente el material. El ejemplo perfecto son las fotos antiguas, que para un enamorado de la época constituyen una mina de información. Todo forma parte de nuestro patrimonio intelectual y cultural: ropas, fotos, cartas… hay que sacarlo todo a la luz. Es básico que no desaparezca.”
Un pequeño vistazo a su tienda y nos adentramos, gracias a una maravillosa vajilla, en el siglo XIX.  Pascal nos explica como va a restaurar un pequeño altar blanco con detalles dorados, y acaricia la pieza casi con amor. “Me gusta el arte popular”, como el reflejado en un bastón con una curiosa empuñadura de máscara veneciana, del que nos explica que “se deben ir haciendo muescas en la madera para que cicatrice y se formen los nudos.” Su artículo favorito es la escultura en piedra de un perro mastín de Nápoles, del siglo XV. “Representa la fe, era común encontrárselas a los pies de las tumbas de clérigos, de la nobleza…”

¿Cuál es la pieza que nunca venderá? “Un meteorito. Se nota en la piedra la entrada en la atmósfera. Me encariño con las piezas que no tienen valor”, dice sonriendo. Lo retratamos con otra de las piezas que nunca venderá, un cerdito hucha de barro. “Me acuerdo del momento exacto en que lo encontré. Para mi es mas satisfactorio verlo todos los días que venderlo.”

“Vivimos en un mundo muy materialista, si algo no tiene valor monetario se tira. Antes de tirar o quemar una maleta lleva de correspondencia de un familiar en una trinchera en la Guerra Civil, o cualquier cosa de la que quieran deshacerse, tráiganmela. Soy perito, si alguien quiere saber lo que valen sus cosas, aquí estoy.”

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