jueves, 3 de julio de 2014

Apuntes

En una cena de excompañeros de clase, gente ya adulta de 40 años, que hace 20 que no se ve, se reproduce exactamente la misma dinámica, el mismo ambiente que había cuando esa gente eran compañeros de clase. Todo es exactamente igual que entonces y parece que no haya pasado el tiempo. Es todo tan igual que hasta hay un tío ahí sentado con los demás que nadie sabe quién es, es uno nuevo, hay uno nuevo en clase.
Hay pocas cosas que odie más que cuando la gente te ve solo y reacciona como si eso constituyese un problema para ellos. Que estés solo les molesta. Como la irritación que causan os pasajeros que viajan de pie en el tren mientras tú estás sentado, como si estuvieran de pie solo para hacerte sentir mal. A veces incluso hay algunos asientos disponibles, mitades de asiento entre hombres con las piernas separadas que no se sientan, siguen de pie delante de ti y parecen exhaustos y abatidos y hacen que te sientas fatal por ir sentado. Con la soledad ocurre lo mismo, ofende a la vista. Incluso los llamados santos, como la Madre Teresa, me fastidian. En ciertos aspectos era tan ambiciosa como cualquiera que quiera estar en la cumbre de su profesión. La Madre Teresa quería ser la mejor santa, así que hizo las cosas más repugnantes que podía hacer y sí, ya se que ayudó a la gente y alivió su sufrimiento, no digo que eso sea malo solo digo que a mi modo de ver era tan egoísta y ambiciosa como cualquiera. El problema que comporta esta manera de pensar es que para evitar la ambición y el egoísmo no deberías hacer absolutamente nada: ni malas ni buenas acciones. No hagas nada, no te atrevas a interferir en el mundo. Sé que esto prácticamente no tiene sentido, pero es lo que pensé cuando se sentó en mi mesa.

Mientras conducía pensaba en "¡ay la madre!", pensaba que es una expresión que nunca había usado y que, quizás, en el futuro, si se daba la ocasión, podría plantearse usar. En éstas no ve a un niño que cruza la calle y lo atropella mortalmente, y de una forma precipitada, en una décima de segundo, sin tiempo para pensarloy confundido en el horror, decide colocar ahí su primer "¡ay la madre!".
Luego, íntimamente, se siente más culpable por haberse permitido esa frivolidad que por el propio atropello.
...
 Le despertó el intenso sonido de la sirena de una ambulancia que circulaba por la calle. Pensó que parecía grave. Lo pensó porque la sirena sonaba muy fuerte, como si las ambulancias subieran el volumen cuando la cosa pinta mal, cuando pinta cadáver, cómo si al conductor le gustara dar un poco de información al exterior por esa vía. No, lo que pasa es que la sirena no deja de ser la representación del grito del enfermo que hay dentro. La ambulancia hace de caja de resonancia de la desgracia del pobre moribundo. En el futuro usarán los gemidos del enfermo como sirena, los emitirán en directo por unos altavoces instalados en el techo. Ya lo veréis, está a la vuelta de la esquina, está viniendo, la ambulancia, viene a toda prisa. Quizás, quién sabe, quizás la prueben con vosotros, ja ja, quizás os pasa algo grave lo suficientemente en el futuro como para que la estrenéis.

...

No hay comentarios:

Publicar un comentario