En una cena de excompañeros de clase, gente ya adulta de 40 años, que hace
20 que no se ve, se reproduce exactamente la misma dinámica, el mismo ambiente
que había cuando esa gente eran compañeros de clase. Todo es exactamente igual
que entonces y parece que no haya pasado el tiempo. Es todo tan igual que hasta
hay un tío ahí sentado con los demás que nadie sabe quién es, es uno nuevo, hay
uno nuevo en clase.
…
Hay pocas cosas que odie más
que cuando la gente te ve solo y reacciona como si eso constituyese un problema
para ellos. Que estés solo les molesta. Como la irritación que causan os
pasajeros que viajan de pie en el tren mientras tú estás sentado, como si
estuvieran de pie solo para hacerte sentir mal. A veces incluso hay algunos
asientos disponibles, mitades de asiento entre hombres con las piernas
separadas que no se sientan, siguen de pie delante de ti y parecen exhaustos y
abatidos y hacen que te sientas fatal por ir sentado. Con la soledad ocurre lo
mismo, ofende a la vista. Incluso los llamados santos, como la Madre Teresa, me
fastidian. En ciertos aspectos era tan ambiciosa como cualquiera que quiera
estar en la cumbre de su profesión. La Madre Teresa quería ser la mejor santa,
así que hizo las cosas más repugnantes que podía hacer y sí, ya se que ayudó a
la gente y alivió su sufrimiento, no digo que eso sea malo solo digo que a mi
modo de ver era tan egoísta y ambiciosa como cualquiera. El problema que
comporta esta manera de pensar es que para evitar la ambición y el egoísmo no deberías
hacer absolutamente nada: ni malas ni buenas acciones. No hagas nada, no te
atrevas a interferir en el mundo. Sé que esto prácticamente no tiene sentido,
pero es lo que pensé cuando se sentó en mi mesa.
…
Mientras conducía pensaba en "¡ay la madre!", pensaba que es una expresión que nunca había usado y que, quizás, en el futuro, si se daba la ocasión, podría plantearse usar. En éstas no ve a un niño que cruza la calle y lo atropella mortalmente, y de una forma precipitada, en una décima de segundo, sin tiempo para pensarloy confundido en el horror, decide colocar ahí su primer "¡ay la madre!".
Mientras conducía pensaba en "¡ay la madre!", pensaba que es una expresión que nunca había usado y que, quizás, en el futuro, si se daba la ocasión, podría plantearse usar. En éstas no ve a un niño que cruza la calle y lo atropella mortalmente, y de una forma precipitada, en una décima de segundo, sin tiempo para pensarloy confundido en el horror, decide colocar ahí su primer "¡ay la madre!".
Luego, íntimamente, se siente más culpable por haberse
permitido esa frivolidad que por el propio atropello.
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