miércoles, 23 de mayo de 2012

Las precauciones de Paul (Auster)


Ahí voy con una afirmación atrevida y acusadora: Paul Auster fue infiel a su mujer, Siri. No sé cuándo ni dónde ni por qué.

Leyendo el Diario de Invierno, uno no pude evitar sospechar de tanto halago a la dona. Cuantas más críticas al libro miraba, mas me mosqueaba; "Elogio al amor", "homenaje a su mujer" y un largo etc. Pero a mí Auster no me la da. Insistir cada 10 páginas en que su mujer es un pilar básico en su vida solo puede responder a la necesidad de compensar un daño. El daño podría venir de varios frentes; ella también es novelista, poeta, y profesora, pero no tan triunfadora, claro. Queriendo rechazar la idea de la infidelidad, fue la segunda explicación que pude encontrar, porque él es de los que disfrutan castigándose y cargando con una cruz a cuestas, sobre todo con la cruz del éxito.

Buceando entre la bibliografía y las referencias a Siri en Internet (Google, Siri Hudsvet), me encontré varias entrevistas de promoción de su nueva novela El verano sin hombres. ¡El verano sin hombres! No la conocía. Resulta que la protagonista de este verano literario sin hombres, es Mia, una mujer de entre 50 y 60 años, a la que su marido pide "una pausa". Pausa que ella sabe que tiene nombre y apellidos, que es francesa, y compañera de trabajo de él.  En varias de las entrevistas le preguntan si el libro podría estar basado en hechos reales (decepción porque no era a mí a la primera que se le ocurría), y ella siempre acaba negándolo con cierto enfado. Negándolo entre sonrisas de incomodidad, me imagino yo. Quizá arrepentida de levantar sospechas. No tan arrepentida de poder fastidiar a su marido, porque, durante la novela, Mia se lo pasa pipa y se transforma en una mujer diferente.

Por ahí empecé a buscar. Quería leer El verano sin hombres. Tecleé los datos en el buscador de Biblioteca Pública y estos fueron los resultados: 6 ejemplares y uno solo disponible, el de la biblioteca de al lado de mi casa. La cosa prometía, pero la alegría no duró mucho. Al posar los ojos en el hueco donde debía estar el libro (referencia  820-3 HUS), pues no estaba. No estaba. Me acerqué a bibliotecaria y acabó por apuntar en una nota mi nombre y teléfono con la promesa de avisarme si la novela aparecía. Pero había algo en su forma de moverse, de mirarme, que resultaba sospechoso. No sabría decir qué. Sí sabía que no me llamaría. Así que volví a sumergirme entre las estanterías y busqué entre los libros de alrededor por si alguien colocado donde no era. Busqué por otras secciones. Busqué en toda la biblioteca, libro por libro. Pero nada, que no estaba. Joder.

Y aquí llega lo inquietante. Mientras yo me volvía loca revolviendo la biblioteca entera, un hombre pasó a mi lado camino a la salida. Un hombre con gabardina negra, y gafas de sol de estilo aviador. Canoso. Salió sin hablar con nadie, con paso decidido, sin desviar la mirada. Y cuando atravesó las puertas magnéticas de la sala (para evitar robos, por si alguien no está familiarizado con el funcionamiento de las bibliotecas), la alarma se activó. Pipipipi, pipipi. ¡Y nadie se inmutó! Yo me fui detrás. Y me quedé paralizada en las escaleras cuando vi que, ya en la calle, se sacaba un libro amarillo de la solapa de la gabardina, y lo observaba mientras fumaba un purito. No me acerqué a él.

Ahora mismo escribo esto desde el salón del tercer piso, aún consternada y nerviosa. Solo se me ocurre una explicación a todo esto: el retrato de Auster que tengo colgado en la habitación y que me mira directamente a los ojos a todas horas. Y que ahora supongo que, además de mirarme, me ve.

Perdóname, Paul. No lo volveré a hacer más. Pero te voy a colgar en la pared de la cocina.

12:41. Edito esto para decir que llevo una hora peleándome con blogger para poder actualizar con esta entrada. Me lo impedía un aviso de error, que no hace más que acentuar las sospechas que se ciernen sobre Auster y los obstáculos que intenta ponerme una y otra vez para que tropiece. Su poder va mas allá de lo que me imaginaba.

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