Antigua Astápovo, al oeste ruso, casi tocando Ucrania. Yo quiero ir. Desde hace casi 100 años los relojes de época de la estación, marcan las 6 horas y 5 minutos. A esa hora se paró el corazón del novelista el 20 de noviembre de 1910 en casa del jefe de estación del pueblo de Astápovo, rebautizado Lev Tolstoi en 1918.
 El 13 de noviembre de 1910 Tolstói se detuvo en este poblado porque su  médico vio que había un pequeño ambulatorio. Tres días antes, había escapado de su finca de Yasnaia Poliana huyendo de su mujer, Sofia Andreevna. "Sofia está cada vez más y más irritable" escribe Tolstói en su diario. El novelista optó por el silencio como defensa frente "al interminable parloteo sin sentido ni objetivo" de Sofía. Sofía registraba sus cajones, lo espiaba, lo vigilaba. Hasta que el león se cansó, como nos cansamos todos. Y se escapó, como solo escapamos algunos. Compinchado con su médico y con su hija Sasha.
El 13 de noviembre de 1910 Tolstói se detuvo en este poblado porque su  médico vio que había un pequeño ambulatorio. Tres días antes, había escapado de su finca de Yasnaia Poliana huyendo de su mujer, Sofia Andreevna. "Sofia está cada vez más y más irritable" escribe Tolstói en su diario. El novelista optó por el silencio como defensa frente "al interminable parloteo sin sentido ni objetivo" de Sofía. Sofía registraba sus cajones, lo espiaba, lo vigilaba. Hasta que el león se cansó, como nos cansamos todos. Y se escapó, como solo escapamos algunos. Compinchado con su médico y con su hija Sasha.Al descubrir a media noche que Tolstói no estaba, Sofía intentó suicidarse en el lago de la finca ante sus hijos, que la rescataron. En una carta que Tolstói le escribió a su mujer antes de irse, decía que la quería muchísimo y que no se culpara por su salida. Influido por sus lecturas budistas, le explicaba que la gente de su edad tiene que vivir aislada. Tolstói la quería, sí, pero lejos.
En un vagón de tercera clase, Tolstói salía al descansillo entre vagones. Llevaba consigo un bastón convertible en silla plegable, que lo acompañaba en sus caminatas y que, ahora, le servía para descansar y escapar del humo de los cigarros. Los cristales estaban rotos y la corriente empezó a aguijonearle los pulmones. Su mala salud de hierro se quebró, y el médico que les acompañaba les recomendó parar. Estaban en la estación de Astapovo. Desvalidos, pidieron alojamiento al jefe de la estación, que les cedió con hospitalidad su casa, una casita de campo con paredes de barro y yeso.
 La habitación donde convaleció la última semana de su vida se conserva  tal y como la dejó. Junto a la cama cubierta por una manta negra, hay  una mesilla, donde se acumulan apósitos y algodones como reliquias de santo, una cajita llena con  papeles rotos por el autor, y la taza en la que comía la papilla de  avena y café. Le ponían inyecciones de alcanfor, compresas calientes, le daban  oxígeno. Entonces no existían los antibióticos.
 La habitación donde convaleció la última semana de su vida se conserva  tal y como la dejó. Junto a la cama cubierta por una manta negra, hay  una mesilla, donde se acumulan apósitos y algodones como reliquias de santo, una cajita llena con  papeles rotos por el autor, y la taza en la que comía la papilla de  avena y café. Le ponían inyecciones de alcanfor, compresas calientes, le daban  oxígeno. Entonces no existían los antibióticos.Cuando se enteró de su estado, Sofía llegó a Astápovo pero los médicos no la dejaron pasar, solo pudo acercarse a la ventana. Su médico Makovitski culpó de su muerte al ferrocarril.
Como su Anna Karenina, Tolstói también dejó su vida entre raíles.
Quiero ir. En verano o en invierno, de noche o de día, sola o acompañada.
Quiero ir.
